Tuesday, February 19, 2008

*diario de una hipocondriaca*

Una música pegadiza se apropia de mi cabeza a punto de explotar. Siento que mi pequeño cerebro lleno de preocupaciones ha explotado cual Big Bang y poco a poco, intenta organizar bien las ideas y pensamientos al igual que se organizaron en su día las galaxias con sus sistemas y planetas.

No sé qué hora es, he perdido la noción del tiempo. No me gustan los relojes, no es una cuestión estética sino más bien simbólica, me siento atada. Es como si la correa del reloj ejerciera una presión extraña sobre mi muñeca y necesitara mirar la hora todo el rato, por lo que el tiempo parece transcurrir más lentamente cuando menos lo deseas.

Me encuentro sola, en el sofá rojo de un bar de moda. La gente acomodada a mi al rededor, bastante mayor que yo, alardea sin parar de su buen gusto y compañías en una especie de batalla teatral sobre quién es más interesante y bohemio que el otro. Y yo, dando nerviosas caladas a mi cigarro les observo sin cesar como espectadora que soy a esta particular obra.

Pienso...

Creo que necesito hablar. Hablar con algún desconocido horas y horas sin parar. Contarnos batallas, amores y desamores, glorias y fracasos, sueños e ilusiones, incluso me atrevería a debatir sobre la política y la religión, no sé si me entienden.

Necesito una razón fuerte por la que levantarme todos los días, ya que mis esperanzas en la amistad, la música, el amor, la fiesta, la vida se han ido desmoronando poco a poco y yo entre risas y resacas no he sido capaz de verlo venir.

Necesito que me hagan el amor y que se me erize la piel con sólo una caricia... y que, después de hacerlo, me abraze y no me entren ganas de apartarme porque siento que es un gesto obligado por los servicios prestados.[...]

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